En el caminar de la Iglesia, las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos son muy queridas por el Pueblo de Dios. Ellas nos señalan, nos hacen presente de algún modo a la persona del Señor, la ternura de nuestra Madre, la cercanía y el ejemplo de los santos, nuestros compañeros de camino. ¿Quién de nosotros no se ha conmovido frente a una imagen de Cristo cargando la cruz? ¿Quién no ha buscado serenidad en los momentos más angustiantes abrazando una imagen de la Virgen? ¿Quién no se acerca a tomar gracia de la imagen del santo de su devoción? Veneramos las imágenes que nos ayudan en el camino de la fe.
También nuestro Sínodo Diocesano tiene sus imágenes y sus santos que nos acompañarán. Ya la primera catequesis sinodal que está empezando a circular y a desarrollarse en las comunidades tiene su propia imagen o ícono que quiere ayudarnos a caminar: la visita de María a Isabel. Próximamente tendremos la Asamblea Sinodal de la Escucha que tendrá sus imágenes y santos que serán modelos e intercesores en nuestro encuentro. Hoy tenemos delante nuestro una imagen viva que tiene mucho para decirnos a nuestra Iglesia en Sínodo: la peregrinación juvenil a Luján.
Se trata de una imagen viva que, como un río, atraviesa nuestra Diócesis y tiene a nuestra Iglesia Catedral en una de sus orillas. Naciendo en el Santuario de San Cayetano en Liniers (otro de nuestros santos queridos) para desembocar en la Basílica de Luján, este río de fe es una representación viva de la Iglesia sinodal que queremos ser. Conformada por peregrinos de todas partes, de toda edad, de toda condición social, de todo nivel educativo, la peregrinación nos encuentra a todos unidos por la fe, el bautismo y el amor a la Virgen. La inmensa cantidad de personas que caminan no genera ni confusión ni desorden porque caminan juntos, en una misma dirección, todos hacia la casa de la Madre. Cada uno lleva en el corazón las intenciones por las que camina y que quiere dejar a los pies de la Virgen. Cada uno se sabe personalmente convocado y esperado por María. No se trata de una masa sin nombres, sino de un Pueblo que camina, canta y reza.
En la peregrinación se vive algo del corazón del Evangelio. La fraternidad se hace charla animada, oído que se presta, corazón que se abre, hombro para que el otro pueda apoyarse, oración que se comparte, presencia en silencio. Todos nos ayudamos entre todos: algunos ayudan en las paradas con vendajes y masajes, otros ofrecen vasos de agua al costado del camino, otros se dejan ayudar. La cultura del encuentro de la que habla el papa Francisco se vive con naturalidad, porque hay una sintonía de fondo con el otro con quien camino.
Al llegar a la casa de la Madre, se experimenta lo que tan bien expresa el Documento de Aparecida: “La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual” (259)
Y en esta peregrinación Morón es, como ha sido siempre, lugar de descanso para el caminante. En nuestra Iglesia Catedral, nuestros hermanos que vienen de lejos encuentran un lugar donde reparar sus fuerzas bajo el amparo de Nuestra Señora del Buen Viaje. Reciben la bendición, reciben la Palabra, reciben aliento, toman gracia de la Virgen y siguen agradecidos su camino.
Las imágenes nos sirven para elevar nuestro corazón a Dios, el ejemplo de la vida de los santos nos estimula a buscar también nosotros la santidad. No nos quedamos en la imagen, sino que, como trampolines, nos ayudan a ir más allá. Que esta imagen viva de la Iglesia Pueblo de Dios en camino nos ayude a ser cada día más la Iglesia sinodal que soñamos.
Pbro. Matías González