En primer lugar quiero darle la bienvenida y saludar con mucho cariño a la mamá de Mariano. También a sus hermanas, cuñado, sobrinos, sus amigos…y a la Comunidad Monte Horeb a Ana, Bettina, Graciela y también quisiera hoy recemos y recordemos a los que cumplen años de sacerdote: el P. Carlos Campos, el P. Rodrigo Vega, P. Mauricio Larrosa, P. José Luis Guglielmo, P. Silvio Rocha y P. Martín Serantes. Y también les cuento que yo hoy, a esta hora, hace 37 años en la Catedral de Lomas, me ordenaron diácono.

Querido Mariano en el día en que celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Señor, serás ordenado diácono para que hagas presente entre nosotros a Cristo Servidor. Por eso quiero decirte unas palabras que no son otras sino las que el ángel le dijo a la Virgen, cuando le anunció que había sido elegida para ser la madre del Salvador.

Las palabras son “Alégrate” y no “tengas miedo”.

Alégrate, es decir hacele espacio a la alegría de Dios en tu corazón. No permitas que la oscuridad que proviene de la incertidumbre, del desaliento y sobre todo de los miedos empañen tu alegría.

No temas por no estar a la altura del llamado de Dios, que ninguno lo está. No temas por la experiencia de tus contradicciones e incoherencias.

No temas por la fragilidad y por tus propios pecados.

El miedo paraliza, nos roba la alegría y nos impide caminar. Deja que las palabras de la Anunciación calen bien hondo en tu corazón. Permítele a Dios que su mirada misericordiosa acaricie tu pequeñez para que puedas cantar las alabanzas del Señor porque su misericordia es eterna: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor” (salmo 88)

Dejate abrazar por el Padre; desde el abrazo del Padre, aprenderás a ser misericordioso; deja que Jesús te lave los pies, para que vos también, se los laves a los demás y seas verdadero servidor; no temas ocupar el último lugar y abrite al gozo del Espíritu Santo.

Contagia la alegría de sentirte agraciado, amado y bendecido desde toda la eternidad, como todos nosotros, tal como leemos en el himno de la carta a los Efesios. (Ef. 1, 3ss).

No te olvides que la alegría de Dios es nuestra fortaleza.(Nehemías 8, 10)

Alegrate y no tengas miedo porque has hallado gracia ante Dios

Recibí, acoge la alegría y testimoniala, convertila en misión. Recíbila en tu corazón agradecido.

La alegría es un don, un regalo hermoso para compartir, lejos de todo encierro autorreferencial. No es para guardarla de manera intimista, ni para defenderla de las situaciones de dolor y de las lágrimas de los sufrientes y de las víctimas.

Alguien dijo: sólo se puede ser verdaderamente alegre, en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Sólo tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados. Solo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a los demás.

Esta es la alegría que María canta en el Magnificat y que vos estás llamado a proclamar, desde la experiencia del don que vas a recibir dentro de unos instantes por la imposición de las manos del Obispo. Don que te constituirá en signo visible del Cristo Siervo.

“Mi alma canta la grandeza del

Señor y mi espíritu se estremece

De gozo en Dios mi Salvador porque

El miró con bondad la pequeñez

De su servidora” (Lc. 1, 46ss)

María en la Anunciación se define a sí misma como la “Servidora del Señor”, que acoge y encarna en su vida la Palabra”.

Lo que define al diácono es precisamente, su condición de servidor, signo visible de Cristo, que como decía San Policarpo “se ha hecho diácono de todos” (AD Phil V, 2)

Papa Francisco afirma que:

“La Iglesia encuentra en el diácono la expresión y al mismo tiempo, el impulso vital para hacerse ella misma signo visible de la diaconía (servicio) de Cristo Siervo en la historia de los hombres”.

Esto nos permite entender que en la Iglesia no es más importante quien manda sino quien sirve.

El servicio al que se refiere Francisco se verifica en el servicio de los pobres que son el rostro de Cristo Sufriente, y también como el dice: su propia carne.

Querido Mariano hoy el Obispo te encomienda de un modo especial, que te ocupes de los pobres que son la verdadera riqueza de la Iglesia.

Que tu actuar refleje el modo de actuar de Dios que es Amor, misericordia y servicio.

San Policarpo decía que el diácono ha de ser “misericordioso, diligente, procediendo de acuerdo a la verdad del Señor que se hizo servidor de todos” (AD Phil 5, 2)

María la servidora, canta, alaba, bendice, y proclama la misericordia que se extiende de generación en generación atravesando y abarcando toda la historia humana.

Que tu servicio, tu diaconía esté marcada por la alegría de experimentar en carne propia la entrañable misericordia de Dios y convertirte así cada vez más en servidor humilde, manso, compasivo y misericordioso.

María la servidora se puso en camino.

Dentro de unos momentos al recibir la ordenación diaconal pasarás a pertenecer al clero de Morón y quedarás incardinado en esta Iglesia.

Serás diácono de esta Iglesia de Morón. Iglesia del camino, con su histórica ermita que es la posta de los caminantes desde los albores de nuestra historia. En la ermita María del Buen Viaje, escucha, acoge, anima, consuela al pueblo peregrino.

El camino está en el ADN de este pueblo de Morón y de esta Iglesia.

Mariano has sido elegido para servir a este pueblo, ahora como diácono, más adelante como sacerdote, pero siempre sirviendo.

Asumí con toda el alma esta Iglesia que te ha acogido, hace alianza con ella: con su historia, con su gente, con sus periferias, con sus viejos y sus jóvenes; sus movimientos y sus comunidades; sus parroquias y especialmente con su rica historia evangelizadora, con su itinerario pastoral.

Convertite en custodio del servicio, en esta Iglesia, junto a tus otros hermanos diáconos que con su ministerio la enriquecen.

Por fín:  ponete en camino con María del Buen Viaje, como mensajero de la buena noticia y portador de la alegría del evangelio, alegría que contagia y engendra esperanza. Descubrí también los caminos por los que transita la Virgen para llegar a todos, descubrí esos caminos para salir al encuentro de los más alejados, de los excluidos, de los descartados.

La Virgen no discrimina, porque es la madre que espera y que sale a buscar a sus hijos. La Virgen no juzga, no condena, es Madre de Misericordia.

La Señora de los caminos, de los caminantes-peregrinos, va adelante, ella ha sido la primera evangelizadora de estas tierras. En este sentido es la primera que prolongando el misterio de la Visitación salió y se puso en camino para servir.

Mariano: tu ordenación se celebra en el contexto de nuestro primer sínodo diocesano, hemos puesto bajo al amparo de la Virgen nuestro caminar por eso queremos caminar juntos. Pedimos para esto la capacidad de escucharnos y el compromiso para construir una cultura del encuentro desde los más pobres, a todos. Este camino sinodal marca tu ministerio, nuevamente: alégrate!, no temas! y como María salí al camino, salí al encuentro para servir.