Pascua y Sínodo: caminar en la Esperanza
Al querido Pueblo de Dios que peregrina en Morón: a los sacerdotes, a los diáconos, a los consagrados y consagradas, a los laicos: a los jóvenes, a los que participan en las comunidades, en las parroquias en los barrios, en los distintos movimientos e instituciones de nuestra Iglesia diocesana. a todos los hombres y mujeres de esta tierra de Morón, Hurlingham e Ituzaingó.
Me dirijo a todos para desearles una muy feliz Pascua de Resurrección y anunciarles con toda la fuerza, “Ha resucitado Cristo nuestra esperanza”. Él está vivo y transita con nosotros los caminos de la historia, los caminos de la vida de todos los hombres y mujeres de este pueblo que sufre, que goza, que lucha, que busca un futuro mejor, un pueblo que valora el Bautismo y ama a la Virgen. Un pueblo que quiere caminar en la esperanza.
Esta Pascua 2019 nos encuentra celebrando nuestro primer Sínodo Diocesano empeñados en la escucha: de lo que el Espíritu le dice a la Iglesia de Morón. En la escucha de esos gemidos del Espíritu que vienen de la realidad que nos rodea; especialmente los gritos de la tierra, esta casa común tan maltratada; los gritos de los pobres; de los descartados; de los sobrantes; los gritos de los jóvenes que quieren un mundo nuevo. En la escucha de la gente, de la gran comunidad eucarística con la que celebramos la Pascua todos los domingos. En la escucha de los agentes de pastoral. Queremos ser cada vez más una Iglesia de la escucha.
Pascua que como Iglesia que peregrina en la Argentina nos encuentra a días de la beatificación del Obispo Enrique Ángel Angelelli, de Fray Carlos de Dios Murias, del Presbítero Gabriel Roger Longueville y del laico Wenceslao Pedernera. Celebración a la que nos hemos referido con los Obispos como “Pascua Riojana, alegría de toda la Iglesia”. Obispo, religioso, sacerdote misionero, y laico, unidos en su entrega, cuyo testimonio hoy nos interpela “a que miremos el camino de ellos, hombres que solamente miraron el Evangelio, hombres que recibieron el Evangelio y con libertad” (Jorge Cardenal Bergoglio, Homilía en la Catedral de La Rioja, 04/08/2006).
Pascua y Sínodo expresan la realidad de la Iglesia, pueblo de Dios, caminando en la esperanza. Caminamos juntos animados por la esperanza que nos trae Cristo Resucitado.
Camino de Esperanza
El cristianismo es camino, este fue el primer nombre de los seguidores de Jesús, los del camino (Hech. 9, 1-2). Se trata de un caminar en la fe animados por la esperanza, pues nadie puede caminar en la vida sin esperanza.
La esperanza es la virtud de los caminantes. ¿Podríamos preguntarnos de qué esperanza se trata? Debemos decir que no es algo abstracto, sino algo muy concreto. La esperanza tiene nombre: Jesucristo: El que vive y camina con nosotros, el Crucificado – Resucitado.
Esperanza y vida se identifican, de ahí que cuando la esperanza muere, en realidad muere la vida. Por eso la sabiduría popular ha acuñado esta frase: mientras hay vida, hay esperanza.
La búsqueda del Viviente
¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? (Lc. 24, 5)
Los Evangelios nos muestran distintas reacciones o caminos de búsqueda ante la muerte de Jesús y la tumba vacía. Todos buscaban entre los muertos al Viviente.
Los discípulos de Emaús desde la depresión y la desesperanza. (Lc. 24, 13-35)
Tomás desde el escepticismo y la duda. (Jn. 20, 24-29)
María Magdalena llorando y buscando un cadáver. (Jn. 20, 11-18)
Los discípulos la tarde de la Pascua desde el encierro y los miedos. (Jn. 20, 19-23)
Junto al lago desde el fracaso después del esfuerzo de una noche sin pescar nada. (Jn. 21, 1-14)
Las mujeres desde el asombro y el temor. (Mc. 16, 1-8)
Otros desde la incredulidad. (Mc. 16, 12-13)
Podríamos preguntarnos, ¿cuáles son nuestros caminos de búsqueda son caminos de muerte o caminos de vida?
¿Dónde buscamos al Viviente? Lo buscamos entre los muertos cuando somos individualistas, egoístas y autorreferenciales, tanto en lo personal como en nuestros grupos. Esto nos cierra a los otros, nos impide la salida y así no podemos caminar juntos.
Lo buscamos entre los muertos, cuando miramos para atrás y nos detenemos en el pasado y nos quedamos allí sin caminar cerrándonos a la novedad de Dios.
Lo buscamos entre los muertos, cuando huimos del presente hacia el futuro en un vago optimismo aislándonos en un idealismo ingenuo sin echar raíces y sin comprometernos con nuestro hoy.
Y sobre todo cuando nos detenemos en el camino, dominados por el desaliento, la desilusión, el conformismo y la desesperanza.
Jesús es nuestra esperanza
Él fue un creador de esperanza, sus gestos, sus palabras, su actuar, su vida, su muerte hicieron siempre presente la esperanza. La Resurrección es la prueba definitiva de que Jesús es la esperanza. (Cfr. José Antonio Pagola. El camino abierto por Jesús).
Nos dice el Papa Francisco: “La Resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado al mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la Resurrección. Es una fuerza imparable.” (Evangelii Gaudium 276).
Esto quiere decir que Él está vivo y actúa en mi vida, en la Iglesia, en la sociedad, en el mundo.
José Luis Martín Descalzo en el prólogo de su libro “Razones para la esperanza” afirma: “Dicen que la gran enfermedad de este mundo es la falta de fe o la crisis moral que atraviesa. No lo creo. Me temo que en nuestro mundo lo que está agonizante es la esperanza, el redescubrimiento de las infinitas zonas luminosas que hay en la gente y en las cosas que nos rodean. El gran triunfo del mal consiste en habernos puesto a todos anteojos oscuros que nos hacen ver y creer que todo es negro e ignorar la luz.”
Sin embargo, la luz brilla en las tinieblas (Jn. 1, 5), aunque muchos sigan prefiriendo las tinieblas a la luz.
La luz que se encendió la noche de Belén y que parecía apagarse definitivamente derrotada por las tinieblas que oscurecieron la tierra el Viernes Santo. Irrumpe victoriosa la noche de la Pascua con la Resurrección de Cristo de entre los muertos.
Brilla la luz y se enciende la esperanza porque Él vive. Entonces tiene sentido salir al camino para compartir la luz, tiene sentido la misión, el testimonio; tiene sentido convertirnos en portadores de la alegría del Evangelio, en instrumentos de la fuerza de la Resurrección, que hace posible que “en un campo arrasado vuelva a aparecer la vida, tozuda e invencible” (EG 276); que permite que el bien vuelva a brotar una y otra vez, que cada día renazca la belleza y que “los valores reaparezcan de nuevas maneras, de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible” (EG 276).
De hecho cuántas veces en la vida hemos tenido la sensación de que esa perdida, ese fracaso, esa ruptura, ese dolor nos hundía de manera tal que hasta nos parecía imposible seguir viviendo y aquí estamos ¡vivos!. Vivos, porque Alguien nos tendió la mano y nos levantó, nos resucitó. Ese Alguien es el peregrino del camino de Emaús, Aquel que es capaz de transformar el camino de la desilusión, de la tristeza, de la desesperanza, del no hay nada más que hacer, de la desconfianza, del escepticismo y de la huida, transformándolo en el camino de la esperanza que hace arder el corazón con un nuevo entusiasmo evangelizador. El peregrino de Emaús nos abre la mente y nos revela el sentido del camino y del caminar a la luz de la Palabra hablándonos al corazón. Nos permite descubrir que el misterio de la Pascua se actualiza en nuestra vida, y que solo podemos entenderla a la luz de la Resurrección.
“Vive Cristo, nuestra esperanza”, por eso estamos vivos. (Exhortación Christus Vivit 1)
Caminemos Juntos compartiendo con todos la alegría y la esperanza de Cristo Resucitado.
Que Dios los bendiga y la Virgen del Buen Viaje los cuide.
Padre Jorge Vázquez
Obispo de Morón