Homilía pronunciada por el Obispo
13-06-2020
Hace apenas dos semanas nos encontramos como Diócesis para celebrar la Vigilia de Pentecostés. Nos reunimos en Asamblea Sinodal para profundizar la escucha y el compartir caminando juntos en esta circunstancia concreta de la pandemia. Esta situación nos desafía ante todo a proclamar y anunciar la esperanza, especialmente necesario en momentos en que parece que todo se oscurece y derrumba.
El anuncio es palabra, pero también es gesto y acción, a partir de la solidaridad concreta expresadas en los múltiples testimonios de los decanatos, de las personas desde los adultos mayores hasta los jóvenes, todos generando esperanza.
Y hoy al celebrar la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi), atravesando este desierto que es la pandemia, como pueblo peregrino que camina aquí en Morón, Hurlingham e Ituzaingo nos hemos reunidos para ser memoria agradecida del Señor que está en medio nuestro, que nos acompaña, que camina con nosotros, que está presente en esta travesía dolorosa de la humanidad.
Dios es presencia viva, no está ausente, todo lo contrario, está más vivo y presente que nunca.
Muchas con las formas en que se hace presente, pero hay una que es inaudita, asombrosa: la presencia de un Dios que en Jesucristo no solo se hace hombre, sino que se hace pan, alimento para el camino, en el gran misterio de la Eucaristía: memorial de su entrega de amor, de su Pascua.
La Eucaristía es alimento, es el pan de la esperanza porque “el que come de este pan vivirá eternamente”. (Jn. 6, 51). “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6, 54).
La Eucaristía es el pan de la esperanza, porque es el pan de la vida plena, eterna (Cfr Jn. 6)
La Eucaristía es la vida transfigurada en ofrenda de amor en don. Cada vez que celebramos la eucaristía, a la celebración de la eucaristía traemos nuestra vida: la familia, la comunidad, el trabajo, el amor de los esposos, de los hijos de los amigos porque la eucaristía también es amistad, alianza y comunión. Traemos la alegría del barrio, de la ciudad, de las comunidades cristianas: parroquias, capillas, colegios.
La Eucaristía asume la historia como camino de la humanidad y de los pueblos, pero de una manera especial asume lo cotidiano: las alegrías, las lágrimas, las luchas de cada uno de nosotros. Todo esto queda transformado por el amor cuando el pan y el vino, luego de invocar al Espíritu Santo se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
Así la Eucaristía es el pan de la esperanza porque expresa la solidaridad de Dios con el hombre: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn. 6, 56) y además porque la Eucaristía es el misterio del pan que se parte y se comparte. También es fraternidad porque al comulgar el cuerpo y sangre de Cristo, comulgamos a los hermanos, los recibimos, así se construye fraternidad y se fortalecen y recrean nuestros vínculos.
Queridos hermanos si comulgamos de verdad con el Cuerpo y la Sangre de Cristo no podemos ignorarlo y no servirlo en los más pobres:
“¿Quieren en verdad honrar el Cuerpo de Cristo? No consientan que esté desnudo. No lo honren en el templo con manteles de seda, mientras afuera lo dejan pasar frío y desnudez” (San Juan Crisóstomo, homilía sobre San Mateo L, 3-4)
En esta Eucaristía, en la ofrenda del pan y vino, queremos poner hoy, en primer lugar el sufrimiento de los que padecen la enfermedad y el dolor de los que lloran a sus seres queridos. Traemos además todas las acciones en favor de los enfermos de COVID, todos los esfuerzos de médicos, enfermeros, camilleros. Presentamos la tarea de cáritas que se esfuerza especialmente en paliar la situación alimentaria para que a nadie le falte el pan, el cobijo. Presentamos finalmente el servicio a los pobres que está realizando nuestra Iglesia de Morón.