Carta Pastoral de Cuaresma 2020:
Caminar, Escuchar, Compartir

Caminar es escuchar
Querido Pueblo de Dios:
Hace apenas unos meses me dirigí a ustedes en una carta pastoral con motivo de la Navidad, situándonos en el contexto de nuestro primer sínodo
diocesano, desde la conciencia de saber que estamos tratando de caminar juntos.

Si quisiéramos profundizar en el significado de este caminar tendríamos que decir que es un caminar que surge de la “escucha del Espíritu” y de los gemidos
del mundo que se hacen nuestros; del “grito de la tierra como el grito de los pobres” (LS 49); la escucha de la realidad humana, que es a veces dolorosa y hasta trágica.

Creo que es muy importante también la escucha de los jóvenes, que no solamente son el futuro sino también el presente. Les recuerdo que fue uno de los
temas prioritarios surgidos de la escucha sinodal, especialmente en las encuestas a las comunidades parroquiales. Por eso, uno de los grandes desafíos de nuestro
sínodo son los jóvenes. Ellos quieren ser escuchados y quieren ser protagonistas.

Pero, para escucharlos de verdad, hay que rechazar la tentación de «la tendencia a dar respuestas preconfeccionadas y recetas preparadas, sin dejar que las preguntas
de los jóvenes se planteen con su novedad y sin aceptar su provocación» (ChV 65). Aclaro que no me estoy refiriendo solamente a los jóvenes que participan en nuestras
parroquias y colegios, sino también a los que no están. Por eso, queridos jóvenes, quiero recordarles que los jóvenes evangelizan a los jóvenes.

No menos importante es la escucha de la fe de nuestro pueblo humilde que valora el Bautismo y quiere a la Virgen. La figura de la Virgen nos hace ver
la enorme importancia de la escucha de las mujeres y de su rol en la Iglesia y en la sociedad. El Papa Francisco, vinculando la figura de la Virgen con las mujeres,
afirma: «Ella es mujer y madre, esto es lo esencial. De ella, mujer, surgió la salvación y, por lo tanto, no hay salvación sin la mujer» (Homilía del 1 de enero de 2020, en la
fiesta de Santa María Madre de Dios).

La escucha es la que nos permite caminar juntos, acompañarnos, comprendernos y sostenernos. Esto es lo que hemos vivido en la que denominamos
“Asamblea de la Escucha” de octubre de 2018, en el Colegio San José. Allí sentimos que el Señor nos decía, como al Pueblo de Israel, «Escucha, Iglesia de Morón» (Cf.
Dt 6,4). Percibimos la presencia del Espíritu en la alegría del compartir, en la alegría del participar, en la alegría de ser escuchados y tenidos en cuenta. El Espíritu nos
habló a todos: «El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a la Iglesia» (Ap 3,22).

No podemos dejar de destacar los momentos fuertes de escucha que hemos vivido en el Santuario de Luján y en el de San Cayetano, donde nos dirigimos como
Pueblo peregrino para pedir luz, oídos para escuchar y ojos para ver (cf. Sal 115, 5-6; Mc 8,18). Sin duda, el sínodo se hace de rodillas.

Quisiera destacar que el escuchar nos lleva al diálogo y a la apertura para que surja lo nuevo, siendo capaces así de cambiar la propia opinión a partir de lo
que hemos escuchado de los demás.

Y, finalmente, escuchar es discernir. Dice el Papa Francisco, «el discernimiento no es un eslogan publicitario, no es una técnica organizativa y ni siquiera una moda de este Pontificado, sino una actitud interior que tiene su raíz en un acto de fe. Se funda en la convicción de que Dios está actuando en la historia del mundo, en los acontecimientos de la vida, en las personas que encuentro y que me hablan» (Papa Francisco, Discurso de apertura del Sínodo dedicado a los jóvenes, el miércoles 3 de octubre de 2018).

Caminar es compartir

Hoy quisiera invitarlos a dar un paso más, tomando conciencia de que caminar juntos implica compartir. Si nuestro caminar no se concreta en el compartir,
nuestro sínodo no es más que, a lo sumo, una estrategia pastoral. El compartir es esencial a la vivencia del Evangelio. Así lo entendieron los primeros cristianos, tal
cual nos narra el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era común entre ellos. No había entre ellos ningún necesitado»
(Hech 4, 32b.34a). Por lo tanto, compartir no queda sólo en el plano espiritual, o en un sentimiento más o menos compasivo; no se reduce sólo a compartir Misas
y peregrinaciones, asambleas y reuniones, sino que lleva a compartir realmente la vida, haciéndonos cargo unos de otros, como dijo Pablo: «Ayúdense a llevar sus
cargas» (Gal 6,2) y «Sopórtense unos a otros por amor» (Ef 4,2).

Finalmente, compartir es hacer nuestras las necesidades de los más pobres en un sentido integral. Desde aquí entiendo lo que significa una Iglesia pobre para
los pobres.

Creo que nuestra Iglesia de Morón, Hurlingham e Ituzaingó, Iglesia del camino, posta que acoge y tienda de campaña, Iglesia hospitalaria que levanta a los
caídos, que es capaz de curar heridas, de consolar, de animar, tiene que destacarse por el compartir.

No es posible que una comunidad viva sin apremios económicos, mientras que otras puedan estar pasando algún tipo de necesidad. No es posible tampoco
ignorar las pobrezas que nos rodean: los sin techo y los que no llegan a fin de mes; y los enfermos, pobres de toda pobreza.

La reforma
De ahí que el camino sinodal que comienza en la escucha y se manifiesta en el compartir, nos conduce necesariamente a asumir una verdadera reforma de
nuestra iglesia que se traduce en reforma pastoral, pero que implica también, en lo concreto, la reforma económica.

Nos sumamos así a la Iglesia en la Argentina que, habiendo renunciado a los beneficios económicos del Estado, nos propone iniciar una reforma económica
para ser más austeros y compartir nuestros bienes de manera más eficaz. Todos estamos llamados a sostener nuestra Iglesia. Pero como ya mencioné antes, si
somos una Iglesia pobre para los pobres, ese compartir eficaz debe integrarlos prioritariamente.

La conversión
El fundamento del caminar juntos, del escuchar y compartir que conducen a una auténtica reforma implica, en definitiva, la conversión.

Estamos transitando el camino cuaresmal que nos conduce a la Pascua. Este camino ha comenzado con las palabras del rito de la imposición de las cenizas:
«Conviértete y cree en el Evangelio». La conversión es un llamado apremiante del Espíritu, invitándonos a dar un paso nuevo sin temor al cambio. En esto nos
ilumina el Magisterio del Papa Francisco, quien afirma que el caminar juntos se concreta en la reforma de la Iglesia. De ahí que la autenticidad de nuestro sínodo, si
no cristaliza en una verdadera reforma, quedaría seriamente cuestionada.

Pongámonos entonces, todos, en una actitud de verdadera conversión que nos haga capaces de abandonar nuestro individualismo y autorreferecialidad,
de creernos indispensables y de pensar que la historia comienza con uno, para convertirnos a los otros y dar el paso del «yo» al «nosotros». Los invito a abandonar
los refugios, las falsas seguridades de nuestros encierros, y ser verdaderamente una Iglesia en salida que asume la misión.

El núcleo de toda reforma de la Iglesia es evangelizar, y constituye su dicha e identidad más profunda. Por eso, «la reforma de estructuras que exige la conversión pastoral solo puede entenderse en este sentido, (al) procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras» (Mensaje a la curia romana, Navidad 2019).

Los invito a dejar las actitudes autoritarias y prepotentes, y a convertirnos en humildes servidores; a desechar el poder mundano que nos lleva a querer
apropiarnos de las cosas, de las personas, de las instituciones, de las comunidades, etc. Y esto también corre para el obispo, que no debe ser más que un servidor y un
administrador. No olvidemos que los bienes y el dinero que manejamos no son nuestros.

Los invito también a que asumamos el criterio de solidaridad, abandonando toda actitud egoísta respecto del dinero y de los bienes, teniendo en cuenta lo que
dijo San Lorenzo: «El verdadero tesoro de la Iglesia son los pobres»; adoptando el criterio de la transparencia en el uso del dinero, estando siempre dispuestos a dar
cuenta del mismo.

Para finalizar, aprovecho esta carta para pedirles que sean generosos en la colecta CALDIM, una forma concreta de compartir con las comunidades más necesitadas y con las obras de misericordia de nuestra diócesis. Este es el verdadero ayuno, la verdadera penitencia cuaresmal, aquella que tiene como horizonte a los más pobres. De ahí que, como dice San Pedro Crisólogo, «el ayuno sin misericordia es hipocresía… Quien no ayuna para el pobre, engaña a Dios. Coloquemos nuestro sustento en manos del pobre» (Sermón 8; PL LII, 210).

Invocamos la protección de los patronos del Sínodo, el Santo Cura Brochero y la Beata Mama Antula, verdaderos modelos para una Iglesia en salida que quiere ser portadora de la alegría del Evangelio.

Virgen del Buen Viaje, Señora del camino, peregrina Misionera que abres la senda de la Nueva Evangelización, ponemos bajo tu amparo esta nueva etapa del caminar juntos hacia la Pascua, hacia un tiempo nuevo, marcado por la esperanza y la alegría.

+ Jorge Vázquez
Obispo de Morón