Iglesia Servidora de la Esperanza
Una vez más nos encontramos para celebrar la Eucaristía que tiene un significado especial porque actualiza y hace presente la realidad de nuestra Iglesia particular. Visibiliza de alguna manera el misterio de la Iglesia comunión para la misión, cuyo signo más elocuente es la concelebración eucarística del obispo con todo su presbiterio.
Somos el Pueblo de Dios que peregrina en Morón, Hurlingham e Ituzaingo.
Somos la Iglesia del camino y lugar de cruce de caminos. Y esto implica para nosotros un desafío pastoral particular: es necesario hoy más que nunca salir a los caminos para descubrir por donde transita nuestra gente, es necesario salir al encuentro, es necesario generar el encuentro.
Somos la posta de los caminantes: albergue donde se descansa y se encuentra alivio, lugar donde se recuperan las fuerzas para continuar la marcha, especialmente la gran peregrinación de la vida que nos conduce a la casa del Padre para celebrar la Pascua eterna. Somos albergue y tienda de campaña donde hospedar a tantos heridos, a tantos hombres y mujeres que están medio muertos tirados a un costado del camino (cfr Lc. 10, 30).
Se me ocurre que esto entraña otro desafío para esta Iglesia de la ermita, profundizar la hospitalidad.
Signo de esperanza
Sin duda la gran virtud de los caminantes es la esperanza, en realidad solo se puede caminar si estamos animados por ella. Si esto es así lo que debe caracterizarnos como Iglesia de Morón es la esperanza, ser cada vez más Iglesia servidora de la esperanza de nuestro pueblo, de nuestra gente, de nuestros jóvenes, de los pobres, etc.
Así como lo canta el poeta (P. Zini) “signo de esperanza, causa de alegría, con Santa María y un Jesús Pascual. La gente se siente, siendo servidora, que es transformadora de la sociedad”. La esperanza nos mueve a servir para construir un mundo nuevo.
Llevemos a todos la alegría y la esperanza como testigos del Jesús Pascual, el Crucificado – Resucitado, el Viviente.
Sacerdotes servidores de la esperanza
Permítanme hablar ahora al corazón de mis sacerdotes. Si quieren ubicar el género literario considérenlo como la confidencia de un amigo. Así como el año pasado consideramos que a una Iglesia servidora de la alegría correspondían sacerdotes servidores de la alegría, hoy decimos que una Iglesia servidora de la esperanza necesita sacerdotes servidores de la esperanza.
Queridos hermanos, ¿qué mayor servicio podemos regalar a nuestro tiempo, a nuestra cultura, a nuestro pueblo, a nuestro país sino el de la esperanza?, siendo capaces de compartir gozos, alegrías, tristezas, luchas y esperanzas de los hombres y mujeres con los cuales compartimos el camino de la vida.
Como curas estamos llamados a generar esperanza sirviendo de un modo especial a los pobres. Así nos convertimos en signos, en señal que nos hace creíbles más allá de nuestras fragilidades y pecados.
El Obispo servidor de la esperanza
Quiero leerles un testimonio del Cardenal Pironio. Se refiere al Papa Pablo VI al inaugurar la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín), en la que Pablo VI dirigiéndose a los Obispos decía, refiriéndose a los sacerdotes: “Son nuestros hermanos, nuestros amigos, debemos amarlos mucho, cada vez más. Si un Obispo concentrase sus cuidados más asiduos, más inteligentes, más pacientes, más cordiales, en formar, en asistir, en escuchar, en guiar, en instruir, en amonestar, en confortar a su clero, habría empleado bien su tiempo, su corazón, su actividad.” (Card. Eduardo Pironio, “A los sacerdotes, la alegría de la fidelidad”, 135).
Lo que acabamos de leer expresa uno de los rasgos fundamentales de la espiritualidad del Obispo, en íntima relación con la caridad pastoral. Sin duda significa para mí un desafío y sobre todo un compromiso.
Hoy quisiera confirmarlos y animarlos en la esperanza, pero además pastorearlos, servirlos con esperanza.
Recuerdo una frase de Francisco cuando nos recibió a los nuevos Obispos el 27 de septiembre de 2014: “La vocación de ustedes no es la de ser guardianes de un montón de derrotados, sino custodios del gozo del Evangelio”, me atrevo a agregar custodios de la esperanza.
El sacerdote, hombre de esperanza
El sacerdote es ante todo un hombre de esperanza. Un hombre con mirada esperanzada, no con mirada entristecida, con mirada de fracasado, con mirada escéptica, con mirada de alguien que se vuelve atrás y huye de la Cruz. Esta es la mirada de los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13ss), a los que Jesús Resucitado, caminando con ellos, les abrió los ojos y les devolvió la mirada de la esperanza.
Queridos hermanos la esperanza es la virtud de los corazones magnánimos, capaces de enfrentar las grandes dificultades de la pastoral y de la misión. El sacerdote magnánimo es aquel que se anima a pensar y a sentir en grande, sin mezquindad, arriesgándose desde la esperanza a gastarlo todo por el Evangelio, por Cristo, por su Iglesia, por la gente, por nuestros queridos laicos, por nuestros jóvenes, por los pobres.
El sacerdote como hombre de esperanza es aquel que saca la fuerza de su debilidad porque es consciente de su nada y de la desproporción que existe entre su persona y la misión que le ha sido encomendada, y sabe como Pablo que le basta con la gracia porque el poder de Dios, la fuerza de Dios triunfa en la debilidad: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12, 10). La fuerza de Dios en la que se apoya la esperanza es la que proviene de Cristo crucificado, es la fuerza que salvó y sigue salvando al mundo, porque es la fuerza del amor. Es la fuerza de los mártires que al igual que Jesús, entregaron su vida por amor.
Esta es la fuerza del testimonio de los mártires riojanos cuya pascua nos disponemos a celebrar con gran alegría, junto a la Iglesia riojana y a toda la Iglesia argentina. Su testimonio anima nuestra esperanza y nuestro compromiso.
El sacerdote como portador de la esperanza es aquel que abre su debilidad a la fortaleza que viene de Dios, confiando plenamente en su poder. El sacerdote como hombre de esperanza no cae en la trampa de confiar solo en las propias fuerzas como le pasó a Pedro, que en su presunción, le prometió a Jesús que iba a dar la vida por El y terminó negándolo tres veces (Jn. 13, 36-38). La presunción es un pecado contra la esperanza, según Santo Tomás, el otro es la desesperación.
El sacerdote por ser hombre de esperanza es por eso mismo un hombre de oración. Santo Tomás dice que “la oración es intérprete de la esperanza: Encomienda tu camino al Señor, espera en El y El actuará” (S.Teológica II II, 17, 2.2).
El sacerdote asume la esperanza de la gente, la hace suya y todos los días se la presenta a Dios dialogando con El. Muchos nombres y muchos rostros tiene la esperanza que se hace oración: el rostro del que se siente solo, del abandonado, del enfermo, del angustiado, del que no tiene trabajo y no puede llevar el pan a la mesa, la esperanza de los jóvenes sin futuro, la esperanza de los que buscan a Dios en la noche, la esperanza de la comunidad, de los ancianos destratados, la esperanza de los humildes, etc, etc.
El rostro del sacerdote iluminado por la esperanza refleja también todos estos rostros y Dios lo ve.
Finalizo con unas palabras del Card. Pironio: “Si hay algo que hoy necesita vivir, compartir y predicar el sacerdote es la esperanza. La esperanza que hay en él (cf.1P 3, 15)… ¡Qué bien hace en la Iglesia un sacerdote que irradia serenidad interior, alegría pascual y esperanza inconmovible!” (A los sacerdotes, la alegría de la fidelidad, 153)
Que la Virgen del Buen Viaje, Señora del Camino, nos anime a caminar llevando a todos la Esperanza que no defrauda.
Mons. Jorge Vázquez
Obispo de Morón