Venimos hoy como peregrinos a la casa de María de Luján, la Madre del Pueblo argentino, que quiso quedarse aquí para cuidarnos y protegernos, para animarnos y acompañarnos en nuestro caminar com pueblo. Un pueblo sediento de paz y hambriento de justicia: un pueblo que no quiere ningún tupo de grieta y enfrentamiento estéril; un pueblo cansado de crisis que se repiten a lo largo de los años, donde los rostros concretos de los hombres y mujeres, de las familias, de los viejos, no cuentan, donde la realidad de los jóvenes sin futuro, de los niños sumergidos en la pobreza, parecieran reducirse a una cifra o a una variable económica. Este pueblo viene a Luján a renovar la Fe, a encender la esperanza y a comprometerse en el amor para construir una patria de hermanos. La ternura y el cario de la Madre lo hace posible, pues nos reúne en la casa de todos, donde no se excluye a nadie. Nos sienta a la mesa donde se comparte el pan y alcanza para todos. Mirándola a Ella aprendemos a mirarnos y a descubrir en cada argentino a un hermano.

Venimos como peregrinos y caminantes pertenecientes al Pueblo de Dios, que peregrina y camina en Morón. Somos la Iglesia de Morón, la del camino, la que tiene como patrona a la Virgen del Buen Viaje. La de la ermita que nos convirtió en posta de caminantes cuando nacían los caminos que comenzaron a conectar la patria.

Peregrinar es caminar, emprender un viaje movidos por la fe y por la esperanza. Todo caminar implica una meta que es su fuente de sentido. En este caso, el santuario, la casa de la Madre.

La peregrinación, el caminar del pueblo argentino es un viaje, en el que no sólo es importante el destino al que se llega, sino el viaje en sí mismo, que no hacemos solos, sino con los otros, compañeros de ruta, peregrinos como nosotros. Entonces, se trata de aprender a “caminar juntos”, lo cual implica el esfuerzo por dejar de lado las actitudes individualistas y hacer la experiencia de abrirnos al conocimiento de los que caminan conmigo. Esto nos posibilita la otra experiencia, la del compartir, la de valorar la riqueza que los compañeros de camino me aportan.

El camino es una metáfora de la vida misma. Vivir es caminar y hacer caminos, vivir es meternos de lleno en el camino y no quedarnos a un costado del mismo mirando pasar la vida, tampoco es un recorrido turístico de espectadores que transitan la vida sin comprometerse y son arriesgar nunca nada.

Nuestro primer nombre antes de llamarnos cristianos fue: los del Camino. Así lo atestigua el libro de los Hechos: Saulo pidió cartas para las sinagogas de Damasco para que si encontraba seguidores del Camino los pudiera llevar encadenados (Hch 18,25). Algunos obstinados e incrédulos hablaban mal del Camino (Hch 19,9) etc. Y lo más importante, Jesús mismo se nos revela como Camino: “Yo soy el Camino” (Jn 14,6).

Ser Iglesia es “caminar juntos”, traducción de la palabra griega Sínodo. Por eso, esta nuestra peregrinación diocesana a Luján se convierte en un símbolo privilegiado de este tiempo que vivimos como Iglesia de Morón marcado por la celebración de su Primer Sínodo. Y hemos querido peregrinar a la casa de la madre para ponerlo bajo su protección, encomendándole a Ella nuestro “caminar juntos”. Queremos pedirle que nos regale la capacidad de escuchar lo que el Espíritu le dice a nuestra Iglesia de Morón; escuchar los gemidos y clamores de nuestro tiempo; escucharnos de verdad entre nosotros, y juntos como portadores de la alegría del Evangelio, arriesgarnos a la misión. La nuestra es una comunión itinerante, de una Iglesia en saluda, que se mueve, que no se queda.

Querida Madre, Virgencita de Luján, al encomendarte nuestro caminar queremos pedirte que implores para nosotros una nueva efusión del Espíritu, que su fuego encienda en nosotros un nuevo entusiasmo y la pasión por evangelizar.

Haz que comprendamos que el Sínodo, este caminar juntos, no se agota en la Asamblea, en los distintos encuentros y reuniones, sino que supone una conversión, un cambio de mentalidad, que implica una nueva manera de ser Iglesia, en la vivencia de la fraternidad y de la solidaridad, generando la cultura del encuentro que parte de un corazón que se abre al otro de verdad. y esto se va gestando en nuestras comunidades, movimientos y parroquias. Y debe impregnar toda la vida diocesana, los diversos organismos y consejos, la formación de los sacerdotes y de los diáconos y de un laicado en saluda, comprometido en la construcción del Reino en el ámbito de la política, de la economía, de lo social, de la cultura.

Madre de Luján, danos el coraje evangélico de ser una Iglesia pobre para los pobres que va hacia las periferias. Una Iglesia desprendida de todo poder temporal, libre de dinero, alejada de los estilos mundanos que desfiguran su verdadero rostro, que no es otro que el del Cristo de las bienaventuranzas.

Virgencita de Luján, enséñanos a guardar la palabra de Jesús y a hacerla vida. Danos la gracia de comprender que Permanecer en Jesús es amar. “El hombre permanece donde tiene el corazón: habita donde ama” (Fausti, Una Comunidad lee el Evangelio de Juan, 416). Permanecer en el amor de Jesús nos mete en el dinamismo del amor que arrancando del Padre pasa al Hijo y de éste al discípulo y del discípulo a los hermanos. Dinamismo del amor que deviene misión.  El amor es misión porque implica salir de sí. Permanecer en el amor de Jesús es obrar, cumplir sus mandamientos, en realidad el mandamiento. “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,15).

Una Iglesia sinodal es aquella en la que habita el amor y la que en la vivencia concreta del mandamiento atestigua que Dios es amor: “Amémonos los unos a los otros, ya que el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (I Jn 4,7).

Una Iglesia sinodal testimonia la alegría, el gozo del Resucitado, caminamos juntos llevando la alegría del Evangelio. Alguien dijo que el mundo de hoy, la sociedad, la vida de familia, la vida personal necesita un tratamiento urgente de alegría pareciera que escasea la gente feliz de verdad, alegre y jovial. Por eso Virgencita te pedimos que nos contagies tu alegría para que podamos comunicarla. Enséñanos a guardar la alegría que es regalo de Jesús y que nos hace fuertes en las adversidades. Que aprendamos a vivir con alegría y a transmitirla para sanar tantos corazones enfermos de tristeza. Madre te suplicamos con insistencia: llena nuestros corazones de la alegría del Evangelio.

Por fin: Aquí estamos Señor, junto a María que nos anima a transitar “una nueva etapa de evangelización marcada por la alegría” (EG 1) y que desde Luján nos está diciendo: ¡Iglesia de Morón! ¡Canta y Camina! Este es el gran desafío del Camino Sinodal.