Vivimos hoy en la celebración de la Misa Crismal un momento privilegiado en el que se hace visible la realidad de la Iglesia particular de Morón, especialmente en “la comunión existente entre el Obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio de Cristo” (Misal Romano). La concelebración eucarística presidida por el Obispo, es el signo más elocuente de dicha comunión.

Comunión que es servicio al Santo Pueblo fiel de Dios, pueblo de sacerdotes, de profetas que tienen la unción del Santo, pueblo de servidores y constructores del Reino.

La Iglesia de Morón, Iglesia del camino y posta de los caminantes está  viviendo su primer Sínodo, caminando juntos, asumiendo una nueva etapa de la evangelización como portadores de la alegría del Evangelio. Nos acompaña la Virgen del Buen Viaje, la peregrina misionera que abre las sendas de la nueva evangelización.

Saludo de un modo especial y agradezco la presencia de nuestro Obispo Emérito Luis Guillermo. Saludo a los diáconos “custodios del servicio en la Iglesia” (Papa Francisco en Milán, 25 de marzo de 2017). A los religiosos y religiosas, testigos de la felicidad y de la dicha de las bienaventuranzas. A los laicos, a todos los fieles cristianos que llevan a la vida cotidiana, a la familia, al barrio, a la vida social y política, a la cultura;  la alegría del Reino.

En este día tan especial permítanme, que como Obispo me dirija y salude de un modo especial a mis queridos hermanos sacerdotes.

Siento por ustedes un profundo afecto, una corriente de simpatía brota de mi corazón, la cual se convierte en empatía, en vínculo de comunión, en fraternidad y amistad. Les confieso que hoy después de un año en el cual nos fuimos conociendo voy descubriendo una gran riqueza en todos y en cada uno de ustedes. Los miro ante todo, con mirada de fe y descubro el misterio que llevan encerrado en sus corazones: misterio del hombre-sacerdote. Ante todo la grandeza del hombre, la que hace exclamar a Juan de la Cruz “sólo Dios es digno del hombre” y “un solo pensamiento del hombre vale más que todas las cosas”. Contemplo el misterio del hombre-sacerdote que prolonga el misterio de la encarnación uniendo lo humano con lo divino, como mediador, como reconciliador que genera el encuentro entre los hombres, como el amigo de Dios para los hombres (Cardenal Eduardo F Pironio, La Alegría de la Fidelidad, Revista Pastores, N°1, Diciembre 1994).

Les agradezco su ministerio, su servicio en la entrega de sus vidas día a día, minuto a minuto, gastándose por los demás, compartiendo las alegrías y dolores de la gente. Les agradezco y los valoro y los respeto. Queridos hermanos sus vidas están llenas de sentido, no lo duden, mas allá de las fragilidades, las crisis y de los propios pecados, llevan un tesoro  en vasijas de barro.

Servidores de la alegría: “Servidores de vuestra alegría” (2Cor. 1, 24)

El 30 de junio pasado al asumir como Obispo Titular de la Diócesis me preguntaba “¿qué es lo que el Espíritu le dice hoy a la Iglesia de Morón?, ¿En qué palabras se sintetiza? Y la palabra era alegría. Recibir la alegría de Dios y hacerla nuestra convirtiéndola en misión”, abriendo así, una nueva etapa de la evangelización, dinamizada, impulsada por la alegría. Aplicando el texto de Sofonías 3, 14  y Deuteronomio 7, 7 afirmábamos: “¡Grita de alegría Iglesia de Morón!”…  ¡Alegrate, porque eres pueblo de Dios y Dios se enamoró de ti y está en medio de ti!”.

Quisiera hacer mías, queridos hermanos sacerdotes, unas palabras del entonces Cardenal Ratzinger pronunciadas en una homilía, en ocasión del Jubileo sacerdotal: “todo lo que yo les diga sea un servicio de alegría llegando a lo medular, al sentido mas hondo de la misión sacerdotal”.

Me adelanto a decir que el verdadero servicio del sacerdote, del Obispo,  es la alegría. Podemos preguntarnos que puede significar una existencia sacerdotal en cuyo servicio está ausente la alegría. Sin alegría es imposible vivir el ministerio en plenitud, terminamos anulados como hombres y como sacerdotes. Esto, por supuesto, es aplicable al Obispo en primer lugar.

Se me ocurre que el que sirve sin alegría es porque su servicio se ha convertido en una mera función realizada sin amor y eso conduce a la frustración. Cómo alguna vez alguien expresó «un ser frustrado es un ser frustrante».

Yo no quisiera frustrarme en mi misión de Obispo como testigo de la alegría del resucitado, si eso sucediera los frustraría a ustedes. Por eso quiero ser servidor de la alegría de ustedes. Esta frase tomada de 2Cor. 1, 24 surge de la experiencia del apóstol Pablo con la comunidad de Corinto:

“No pretendo controlar autoritariamente la fe
de ustedes, sino darles motivos de alegría”.

Les repito quiero ser para ustedes un servidor de su alegría, como un padre, como un hermano, como un amigo.

Yo creo también, queridos hermanos, que el mundo, nuestras comunidades, nuestros laicos, y muy especialmente los jóvenes, le piden al obispo y a los sacerdotes un claro testimonio de la alegría del evangelio, de la alegría que es Jesús. Sólo así somos creíbles.

Servidores-Anunciadores de la alegría

Los textos que acabamos de escuchar nos hacen tomar conciencia, queridos hermanos y reafirman que nuestro servicio es la alegría, pues, somos ministros del evangelio, mensajeros de la buena noticia. Nuestra palabra ha de comunicar el gozo de Jesús, la alegría del crucificado-resucitado. Buena noticia capaz de transformar el mundo.

Descubrimos la alegría y nos convertimos en sus servidores cuando nos dejamos incendiar por las Palabras de Jesús, por su Evangelio: “Jesús vino a traer fuego a la tierra y quiere que arda” (Lc. 12, 49). «El sacerdote es el que lleva en el corazón el fuego de Jesús, ¡no apaguemos ese fuego!. Reavivemos, siempre, el fuego aunque a veces queden unas pocas brasas cubiertas de cenizas, supliquemos al Señor que nos permita fundirnos en esta luz, en esta hoguera de su alegría» (Cardenal Joseph Ratzinger, Servidor de Vuestra Alegría)

Ungidos con el óleo de la alegría

Lo acabamos de escuchar: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. (Lc. 4, 18)

El Espíritu del Señor está sobre nosotros y nos unge, nos consagra para la misión.

El Espíritu es el viento que sopla en Jesús y hoy en nosotros para asumir la misión. El Espíritu está sobre nosotros por la imposición de las manos, es la unción que nos consagra que nos configura con Cristo, para hacer visible su presencia salvadora y prologar en el tiempo su misión liberadora y misericordiosa. Somos ungidos por el Espíritu como misioneros de la alegría.

¡La misión es hoy!. Es la hora de la misión. Hoy se cumple la Palabra. Hoy decimos como María, “Hágase en mí tu Palabra”.

Por lo tanto es fundamental que asumamos este hoy que el Señor nos regala, que amemos esta hora que nos toca vivir, que no temamos a las dificultades y a los graves problemas de nuestro tiempo. Ojalá seamos capaces de decir con Pablo VI: “Dichoso nuestro tiempo atormentado y paradójico que casi nos obliga a la santidad”. (Pablo VI, inauguración de la II Asamblea General de los Obispos de América Latina, Bogotá, 24 de agosto 1968)

Somos ungidos con el óleo de la alegría. Somos ungidos para ungir, para ungir a nuestro pueblo, para ungir a los pobres, a los oprimidos, a los cautivos, a los enfermos. La unción como dice Francisco, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni para guardar su aroma en un frasco, es para derramarlo en la misión, en el ministerio de gracia y misericordia que nos confió Jesús.

Para finalizar, queridos hermanos y amigos sacerdotes, que la concelebración de este día se prolongue a lo largo del año actualizando la Eucaristía en la comunión concreta y real entre nosotros, en la vivencia de la fraternidad sacerdotal y en el compartir de la misión asumiendo juntos las cargas pastorales evitando toda actitud individualista y autorreferencial.

Queridos hermanos, recen por todos nosotros.

Que la Virgen nos cuide y nos acompañe en el camino.

Jorge Vázquez
Obispo de Morón