Queridos hermanos curas:

Desde hace ya un tiempo atrás, viene creciendo en mi corazón lo que creo es una sana inquietud. Me refiero a la preocupación por las vocaciones al sacerdocio.

Quiero compartir con ustedes algunas ideas, pero sobre todo convocarlos a que juntos asumamos el desafío de proponer a los jóvenes esta aventura del seguimiento de Jesús, que vino a traer fuego a la tierra; aventura apasionante, capaz de colmar los deseos más hondos del corazón; aventura ante todo de una amistad con Cristo, el Amigo, que lleva a los jóvenes a discernir el sueño de Dios para sus vidas; aventura que conduce a asumir el servicio a los otros, en fin, la aventura del discípulo que se convierte en pastor. El amor al Amigo se demuestra en el amor a los otros que el Señor nos encomienda: «¿Me amas?… Apacienta a mis ovejas»[1].

Somos conscientes de la actual crisis de vocaciones, que puede tener muchas causas: una de ellas puede ser el miedo a elegir, a asumir riesgos, a ser libre, tan propio de esta cultura que termina dejándonos vacíos porque no sabemos usar nuestra libertad.

Nuestra diócesis no es ajena a esta situación, pero partimos de la convicción de que el Espíritu sigue suscitando vocaciones al sacerdocio ya la vida religiosa; que Dios sigue llamando porque no abandona a su pueblo, menos aún en estas circunstancias dramáticas por la que está atravesando la humanidad y nuestro propio país. De ahí que, «podemos volver a echar las redes en nombre del Señor, con toda confianza. Podemos atrevernos, y debemos hacerlo, a decirle a cada joven que se pregunte por la posibilidad de seguir este camino»[2]

Queridos hermanos y amigos, los invito a que juntos asumamos con decisión, y sin ningún tipo de prejuicio o temor, la pastoral vocacional. No cabe duda que los principales agentes de la pastoral vocacional son los propios sacerdotes, y por supuesto, también el obispo.

¿Qué debemos hacer? Plantear la vocación al sacerdocio no solamente con palabras, sino sobre todo con el testimonio de la propia vida que se manifiesta con autenticidad en la alegría, y generar lo que Cencini llama «la sensibilidad vocacional, que es la actitud de quien se siente llamado y busca cada día aquella voz que pronuncia su nombre, y le revela el puesto que debe ocupar en la vida»[3]. La sensibilidad a la que nos referimos debe aumentar no sólo en los jóvenes para que sean capaces de escuchar el llamado, sino también en nosotros, curas, en la misma lglesia que llama.

Podemos preguntarnos, ¿somos sensibles en nuestra vida sacerdotal a las llamadas que el Señor nos hace día a día, para que podamos vivir en plenitud y en la libertad del amor, a pesar de nuestra fragilidad, nuestra vocación? Esto nos lleva a profundizar el llamado que una vez nos hiciera el Señor y orientar nuestra vida en ese sentido.

Pero los invito sobre todo a escuchar y acompañar a los jóvenes, desarrollando, como nos plantea el Papa Francisco, tres sensibilidades.

La primera es la atención a la persona: escuchar a los jóvenes regalándoles nuestro tiempo gratuitamente, permitir que puedan expresarse como quieran; es decir, que el joven pueda sentir «que lo escucho incondicionalmente, sin ofenderme, sin escandalizarme, sin molestarme, sin cansarme»[4].

La segunda es el discernimiento, que desde nosotros implica ayudar a los jóvenes a pescar el punto justo» en el que se distingue la gracia o la tentación, «aquí necesito preguntarme qué me está diciendo exactamente esa persona, qué me quiere decir, qué desea que comprenda de lo que le pasa»[5]

La tercera es la escucha de los impulsos que el otro experimenta hacia adelante. Y, más allá de lo que siente o piensa en el presente, centrar la atención hacia lo que quisiera ser. Es, en definitiva, permitir que se exprese la inclinación profunda del corazón más allá de lo superficial de los gustos y sentimientos.[6]

En síntesis, necesitamos escuchar y acompañar. Los jóvenes necesitan ser respetados en su libertad, pero también necesitan ser acompañados, nos dice Francisco[7]. Y los acompañamos en la medida en que los estimulamos confiando en la genialidad del Espíritu Santo que actúa como quiere[8].

De ahí que el camino de la pastoral vocacional no trata de imponer trayectos, sino de suscitar y acompañar procesos. Y son procesos de personas que siempre son únicas y libres. Por eso, es difícil armar recetarios[9].

Les reitero la invitación a caminar juntos en esta tarea de hacer resonar la voz del Maestro que llama, de proponer el llamado, pero también de acompañar la escucha. De ahí que a nivel diocesano buscaremos instancias para concretar una auténtica pastoral vocacional.

Y como se trata de caminar juntos en este tiempo sinodal, espero y acepto las sugerencias que ustedes quieran hacerme llegar, pero sobre todo espero, en ustedes y en mí, convicción y pasión.

Que la Virgen del Buen Viaje, Señora de la Escucha y del Camino que acompaña siempre, junto al Santo Cura Brochero, Patrono del clero argentino, nos enseñen y nos hagan sensibles para descubrir los caminos de Dios en nuestros jóvenes.

+P. Jorge Vázquez

[1] Jn 21, 16

[2] ChV 274

[3] Cencini, Amadeo. Desde la aurora te busco. Evangelizar la sensibilidad para aprender a discernir, Sal Terrae, España, 2019, p.33

[4] ChV 292

[5] Ibíd.293

[6] Cf. Ibíd 293

[7] Cf. Ibíd 242

[8] Cf. Ibíd 230

[9] Cf. Ibíd 297