Queridos hermanos y amigos:

Quiero hoy abrazarlos a todos en este nuestro día, y agradecerles su entrega y animarlos a más, a gastar la vida en el servicio a los hermanos, especialmente a los pobres y sufrientes en esta pandemia. Gracias por las iniciativas para estar cerca de la gente a través de las redes. Gracias por las manos consagradas que son las manos de Jesús que a través de ellas bendice, parte el pan y lava los pies . Las manos que acarician expresando la ternura infinita del Padre y su misericordia a través del signo del perdón. Los animo a ser cada día más servidores de la alegría y la esperanza, a esperar contra toda esperanza. A consolar al pueblo.

El sacerdote es un misterio de amor, que en nuestras vidas se haga cada vez más presente que somos siervos del amor, y que nuestra vida no tiene otro sentido más que amar.
Sin duda esta circunstancia que vivimos son tiempo propicio para rezar más. La gente, el pueblo, el mundo, necesita de nuestra intercesión. Hablemos con Dios cara a cara, todos los días, como un amigo habla con su amigo. Después de todo, somos amigos de Dios para los hombres, como decía Pironio.

Tomando conciencia de este momento, que pareciera ser el del gran cambio de época, los invito a recordar y hacer nuestras las palabras que el Papa Francisco pronunciara en la plaza vacía de San Pedro «Estamos todos en la misma barca. Nadie se salva solo. Si no nos salvamos todos, no se salva nadie».

Hoy más que nunca debe primar la solidaridad y el compartir, en todos los aspectos.

Muy feliz día, porque no hay cosa más hermosa que ser cura.

Abrazo enorme.

P. Jorge

La Eucaristía y el Sacerdocio | Adelante la Fe