La siguiente guía tiene como fuente Lectionautas, difundido por el Departamento de Animación y Pastoral Bíblica de la Conferencia Episcopal Argentina, elaborado por monseñor Damián Nannini (Obispo de San Miguel).

Barent Fabritius. De Farizeeër en de tollenaar. Óleo sobre lienzo, 95 x 293 cm. Rijksmuseum Amsterdam, Países Bajos.
Preparación espiritual
Espíritu Santo, manifiéstate una vez más.
Espíritu Santo, dame un corazón que escuche.
Espíritu Santo, úngeme con Tu perfume inconfundible.
Espíritu Santo, hazme experimentar mi bautismo
y envíame a llevar tu Palabra en este mes misionero.
Amén.
Evangelio según San Lucas 18,9-14. | 30° domingo del Tiempo Ordinario
9 Después Jesús contó esta parábola para referirse a algunos que, confiando en sí mismos, se tenían por justos y despreciaban a los demás: 10 «Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno de ellos era fariseo y el otro un cobrador de impuestos. 11 El fariseo estaba de pie y oraba así en su interior: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, malhechores y adúlteros. Tampoco soy como este cobrador de impuestos. 12 Yo ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que compro”. 13 En cambio, el cobrador de impuestos, que se había quedado de pie a lo lejos, ni siquiera quería mirar al cielo, sino que se golpeaba el pecho mientras decía: “¡Oh Dios! Te pido que tengas misericordia de mí, que soy un pecador”.14 Les aseguro que cuando este cobrador de impuestos bajó a su casa, Dios ya lo había hecho justo, pero no al fariseo, porque Dios humillará a todo el que se engrandece y engrandecerá al que se humilla».
Algunas preguntas para una lectura atenta
1. ¿A quiénes se refiere Jesús con esta parábola?
2. ¿Cómo se presenta a los dos hombres que suben a orar al templo?
3. ¿Qué le dice cada uno de estos hombres a Dios y qué actitud tienen?
4. ¿Cómo quedaron ante Dios estos dos hombres?
5. ¿Qué hará Dios con los que se engrandecen y con los que se humillan?
Algunas pistas para comprender el texto:
Mons. Damián Nannini
Al igual que el domingo anterior, la primera frase del evangelio nos da la clave para entender la parábola: «refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola” (Lc 18,9). Por tanto, la parábola se dirige especialmente a esta clase de personas, que más adelante son
ejemplificadas con la actitud de un fariseo.
La parábola consiste en mostrarnos a dos personas en oración: un fariseo y un publicano. Esta primera presentación era por demás elocuente para los contemporáneos de Jesús. Los fariseos constituían un grupo dentro del judaísmo caracterizado por su estricta observancia de la ley que los llevaba incluso a separarse de los demás, de los no observantes. Hoy equivaldría a decir: subió al Templo a orar un hombre religioso, fiel cumplidor de los mandamientos. En contraste tenemos un publicano, un cobrador de impuestos, o sea un hombre vendido al poder romano dominante, un ladrón de los dineros del pueblo. Hoy diríamos: subió al Templo a rezar un pecador, un desfachatado a quien no le importan la ley ni el honor.
Esta es la cara externa de los personajes y el juicio o mirada de la sociedad sobre ellos.
La parábola se concentra en describirnos su oración ante Dios. El fariseo reza de pie, según la costumbre de entonces, y suponemos que adelante, en el atrio de los israelitas, pues se siente cerca de Dios. En su oración, dando gracias a Dios, se compara con los demás, a quienes juzga como ladrones, injustos y adúlteros; y también se compara con “ese” publicano. Luego se mira a sí mismo y enumera sus actos virtuosos que van más allá de lo exigido: sus ayunos dos veces por semana y su pago del diezmo sobre todo lo que adquiere. Agradece a Dios, pero despreciando a los demás y exaltándose a sí mismo. No le pide nada a Dios, más bien le muestra sus obras meritorias. Como bien nos indica F. Bovon, el fariseo más que hablar a Dios se habla a sí mismo y se aísla de Dios y de los demás.
En contraste, el publicano se coloca a distancia (suponemos del santo de los santos, lugar de la presencia de Dios), pues se sabe lejano del Señor por su vida pecadora. Tiene la mirada baja, signo de arrepentimiento y, tal vez, de vergüenza por su condición de pecador. Además, como signo de dolor y de culpa se golpea el pecho, como haciendo brotar de lo más profundo de su corazón una súplica de perdón: «¡Oh Dios! Te pido que tengas misericordia de mí, que soy un pecador». Por tanto, lo que pide el publicano es el restablecimiento de su relación con Dios mediante el perdón o expiación de sus pecados. Por ello F. Bovon propone traducirlo: «¡Oh Dios, reconcíliate conmigo!». En breve, se reconoce pecador y pide sinceramente perdón a Dios por ello.
La narración termina con la valoración de Jesús, que está en contraposición a la espontánea valoración social; y también a la que el fariseo tenía de sí mismo. En efecto, el publicano bajó justificado, declarado justo por Dios. El fariseo no. El relato concluye con la repetida frase: «Dios humillará a todo el que se
engrandece y engrandecerá al que se humilla». Es claro el mensaje uniendo el comienzo y el final: el que se considera justo a sus propios ojos y desprecia a los demás, no es justificado por Dios y será humillado. El que se considera y reconoce pecador, y se humilla por esto, es justificado y será exaltado por Dios.
Meditación ¿Qué me dice el Señor en el texto?
Todos buscamos la aprobación de lo que hacemos, de cómo vivimos, sea ante nosotros mismos, ante los demás o ante Dios. Y son tres las miradas que nos aprueban o reprueban: la nuestra, la de los demás y la de Dios. La que realmente debe importarnos es la mirada de Dios que nos justifica, nos declara justos. Porque justo es el que agrada a Dios, el que está en el camino de la salvación y de la santidad.
Entonces vemos que el fariseo de la parábola ante todo se aprueba a sí mismo. Y haciendo esto se engaña a sí mismo, engaña a los demás y, peor, no agrada a Dios, no entra por el camino de la salvación. Esta autojustificación del fariseo queda patente en su oración donde sólo nombra a Dios una vez y luego se nombra a sí mismo utilizando la primera persona singular: yo ayuno, yo pago el diezmo, yo no soy como los demás hombres que son pecadores… Y a la falta de humildad por parte del fariseo se le suma su soberbia, su falta de caridad contra el prójimo pues se compara con los demás hombres y los juzga y desprecia a todos, en especial al publicano. Ahora bien, este evangelio es actual y debe servirnos para mirar cómo anda nuestra vida espiritual. También en el catolicismos puede infiltrarse la tentación del fariseísmo, de creer en el poder de las propias obras al margen de la gracia de Dios, de hacer una oración vacía; de cumplir con prácticas de piedad ̶incluso la Eucaristía ̶ que sólo sirven para mirar solamente nuestro yo.
En cambio, el publicano reconoce su pecado y pide a Dios la gracia de ser perdonado y aprobado por Él.
Siguiendo a R. Cantalamessa, podemos ver representados en el publicano y en el fariseo dos categorías de personas con las que Jesús se encuentra permanentemente en el evangelio. Una son los pecadores (que según la concepción de la época incluye a todos los enfermos y a los afectados por algún mal) y que, por ello, no agradan a Dios, no son justos. Los otros son los que «se creen justos» a sí mismos, desprecian a los demás y, por ello, tampoco agradan a Dios, viven una falsa justicia: la autojustificación. Lo que nos dice el evangelio al respecto es que, entre estas dos categorías de personas, la más alejada de la salvación son los que se creen justos, no los pecadores. Y que Jesús ha venido a buscar y llamar a los pecadores para ofrecerles la conversión, el ingreso en el camino de la salvación, en el Reino. Sólo les pide que se arrepientan, que pidan y crean en el perdón de Dios. Si hacen esto, quedan justificados, como el publicano de la parábola.
Esta parábola nos muestra el verdadero camino para llegar a Dios, como decía el Papa Francisco en su homilía del 23 de octubre de 2022: “Para ascender hacia Él debemos descender dentro de nosotros mismos: cultivar la sinceridad y la humildad de corazón, que nos permiten mirar con honestidad nuestras fragilidades y nuestra pobreza interior. En efecto, en la humildad nos hacemos capaces de llevar a Dios, sin fingir, lo que realmente somos, las limitaciones y las heridas, los pecados y las miserias que pesan en nuestro corazón, y de invocar su misericordia para que nos cure y nos levante. Él será quien nos levante, no nosotros. Cuanto más descendemos en humildad, más nos eleva Dios”.
Aquí puede surgirnos la misma cuestión que le plantearon a San Pablo cuando predicaba esto: ¿y las obras, las buenas acciones?; ¿dónde quedan, no valen nada? Quedan en segundo lugar, dejándole el primero a la obra de Dios, a su gracia. Porque las buenas obras son efecto y no causa de nuestra justificación. Ésta es gratuita, causada por el infinito amor misericordioso de Dios manifestado en Cristo Jesús. En conclusión, como bien dice H. U. von Balthasar: “El hombre que tiene como meta última su propia perfección, jamás encontrará a Dios; pero el que tiene la humildad de dejar que la perfección de Dios actúe en su propio vacío – no pasivamente, sino trabajando con los talentos que se le han concedido – será siempre un «justificado» para Dios”.
Continuamos la meditación con las siguientes preguntas:
1. ¿Cuándo rezo, me presento tal como soy ante la mirada de Dios?
2. ¿Cómo me juzgo a mí mismo por lo que hago y por cómo vivo?
3. ¿Soy de juzgar y condenar despreciando a los demás que no viven como yo?
4. ¿Cómo me siento ante la mirada del Señor?
5. ¿En la oración, presento al Señor mis debilidades para que tenga misericordia?
Oración: ¿Qué le respondo al Señor que me habla en el texto?
Gracias Jesús por Tu amor.
Enséñame una y otra vez a creer en él.
A creerte.
Que busque siempre lo gratuito y no condene.
Que las veces que me mire a mí mismo,
Reaccione para mirarte a Vos
Que no busque sacar partido de los demás
ni me crea superior.
Impúlsame para que con humildad me abra
a Tu mirada que me abraza
con todo lo que soy, con todo lo que tengo.
Amén.
Contemplación: ¿Cómo hago propias en mi vida las enseñanzas del texto?
Jesús, ten compasión de mí que soy pecador
Acción: ¿A qué me comprometo para demostrar el cambio?
Durante esta semana me propongo tener un gesto que me haga salir de mí mismo,
ocupándome de alguien concreto.
Bitácora de grandes Lectionautas
“No te acuestes nunca sin haber hecho previamente un examen de conciencia de cómo has pasado el día. Vuelve hacia el Señor todos tus pensamientos y conságrale tu persona y la de todos los cristianos”, (San Pío de Pietrelcina).